Koldo Aldai

One line, one line…!” era el mantram que repetíamos hasta la saciedad, pero el tumulto pareciera ser un mal inevitable. Se desataba lo más primario de la condición humana. Hay quienes se ponían a la cola tres o cuatro veces. Para ello incluso iban a la tienda y se cambiaban de camisa, se ponían una pañuelo encima las mujeres o simplemente vestían un jersey que no llevaban en la anterior tanda. Hay quienes sin embargo no llegaban a tiempo y se quedaban sin comer… La repartición de la comida era toda una prueba iniciática. Tocaba enfrentar las más diferentes situaciones. La gran diversidad humana se hace presente en estas largas y tumultuosas colas. Tenías que pasar de la cortesía y la amabilidad a una actitud firme y severa en función de quien se te acerque. Tras trece días de colaboración humanitaria en los campos de el Pirieo junto a Athenas y de Souda, Depeté y el Vial en la isla de Chíos, volvemos por supuesto con el recuerdo de los refugiados en nuestro interior, sobre todo de quienes no perdieron su dignidad a empujones por una tarrina de arroz. En realidad todo perdemos nuestra dignidad como almas desde el momento en el que dejamos que nuestra naturaleza inferior, la que se preocupa por ejemplo sólo de saciar el hambre, tome el gobierno de nosotros. Nos quedamos especialmente con el recuerdo de los refugiados que aguardaron pacientemente su turno, que al llegar al mostrador esbozaron su agradecimiento. Queremos recoger su dolor, borrar su pasado, detener las bombas en el cielo de su memoria.

Que todo el sufrimiento padecido traiga su debida recompensa en forma de un futuro en paz y prosperidad Los refugiados son también, en alguna medida, cocreadores de la situación que padecen, son corresponsables. Siempre, siempre “¡Welcomes refugiees!”. Nunca podemos poner en duda nuestro humano deber de acogida, pero al mismo tiempo el refugiado debiera dejar de ser únicamente un sujeto pasivo, receptor de ayuda. Hay una inercia muy implantada de esperar a que toda ayuda venga de fuera. Muchos refugiados que alcanzan, después de enormes dificultades y riesgos, las costas de Europa vienen con esa conciencia. Es importante que comiencen a observar que el futuro es una afronta común y que ellos han de poner de su parte. Nosotros no hemos encontrado en Chíos atisbo de autoorganización, gestos, iniciativas para velar por el bien común. El paraíso está en nuestras manos, incluso en medio de esa precariedad inmensa, incluso bajo el techo de plástico con la etiqueta del ACNUR, incluso en tierra lejana a vera de unas murallas de otras guerras. Mañana por supuesto ninguna bomba en ninguna geografía de la tierra; mañana tampoco gritos de “¡One line, one line!” porque la línea dificultosa, tumultuosa, accidentada…, será un día transformada en círculo de solidaridad en el que compartiremos cordialmente ya la abundancia, ya la escasez.

No comparto el extendido “mantram” de que toda la difícil situación que padecen los refugiados es debido a “la cicatería e insolidaridad de la Unión Europea”. Evidentemente el viejo continente podría hacer mucho más, ser más generoso, abrir más las fronteras…, pero Europa no está en el origen de los salvajes conflictos de los que huyen. El viejo continente es al día de hoy parte de la solución, por más que indudablemente debiera hacer mucho más por aliviar esas lacerantes situaciones. Prueba de esta aseveración nos la pueden proporcionar por ejemplo las imágenes de la manifestación de los refugiados a comienzos de Mayo por las calles de Chíos. En ellas unos niños, que abrían el cortejo, agitaban una pancarta con una sola palabra y esa palabra era “Europa”.

No ponían el nombre de otro país, ni continente, sino el nuestro. El viejo continente sigue representando alguna esperanza para todos esos pequeños y mayores expulsados de sus hogares. Había otras pancartas que expresaban su rechazo al traslado forzoso a Turquía.

Sin embargo, el paraíso no se halla necesariamente al norte de Europa.

Los refugiados unidos podrían hacer mucho más que lo que ahora hacen por mejorar la situación que padecen. La autoorganización es vital para la detección de las necesidades, para la canalización racional de la ayuda. Los campamentos podrían estar limpios, ordenados, mucho más agradables y ello no es sólo cuestión de presupuesto.

Esta tarea, así como la de acogida de nuevos refugiados, la confección de cartillas familiares para recibir la comida…, son tareas muy elementales que no necesariamente se han de delegar a terceros. Hay una cultura demasiado establecida de asistencialismo, de “mesa puesta”, que inhibe de la adopción de una actitud más proactiva.

El fomento de esa actitud de corresponsabilidad es imprescindible. Es tan necesario como las grandes cazuelas humeantes a la puerta de su tiendas, como la ayuda de fuera para la mejora de sus condiciones. Muchos de los recursos que se gastan en la ordenación de la población refugiada, en la detección de las necesidades, canalización de ayuda…, se podrían ahorrar si muchos refugiados en vez de estar tranquila mente fumando la pipa de agua (narghile), pegados al móvil o viendo sencillamente pasar el tiempo…, asumieran algún compromiso para la mejora de su situación colectiva.

Hay muchas tareas que los propios refugiados podrían realizar y así aligerar sensiblemente la carga de trabajo y presupuestaria de la Unión europea, el ACNUR y las ONGs. Toda esta gente tan castigada encuentre futuro más allá del espacio precario y limitado que marca la tienda “Quechua”. El refugiado es nuestro hermano, digno de todo nuestro apoyo y solidaridad, pero seguramente el mayor favor que le podemos hacer, amén de acercarle la imprescindible ración de comida para su cuerpo, es alimentar también su conciencia, imbuirle esa noción de cuidado de lo colectivo.

Vienen de lugares donde los humanos diferentes se encuentran para matarse y seguramente no les resulta fácil visionar y crear un lugar donde los humanos también diversos se encuentren para cooperar y ayudarse. No es tarea de un día para otro, pero habrá que intentarlo.

El espíritu individualista socava las bases de cualquier comunidad.

Preocuparse por la suerte del cercano, del vecino es un reto para la conciencia particular. Unirse y comenzar a trabajar juntos es un paso más. Autorganizarse para ser fuertes, menos vulnerables, para mejorar la calidad de vida,… es el siguiente reto.

Una comunidad autoorganizada es una comunidad madura, segura, solidaria. La tarrina diaria de arroz y legumbre deberá ir seguramente acompañada en el futuro de esta invitación a asir con más fuerza las riendas de su propio futuro.